En el óleo del cielo
apenas se percibe tu presencia:
una mancha apagada,
el eco de una esperanza devuelta.
Esmeraldas marchitas en el suelo
son el vestigio de tu anterior paso;
gemas ahora sin lustre,
sus restos preservados
bajo los fríos besos
de la muerte de blanco.
El autobús rueda entre los guijarros.
Envuelta en su arrítmico castañeo,
una bandada de atuendos de invierno
adormece sus alas,
la vista perdida en frías pantallas.
Ramas desnudas guardando el camino;
hormigón, vidrio y ladrillo visto.
El autobús se para.
Busco en el cielo, pero aún te escondes.
Ursäkta. Me bajo en la desbandada.
Aves de corral que sus vidas vallan.
Un cuervo nos ignora desde un árbol,
un fresno que también te está esperando.
Ya a un paso de la entrada,
un último vistazo.
Ávidos de ti, mis ojos se engañan.
No es el verdor que infunden tus abrazos,
ni las gualdas pupilas de tus ojos,
sino el estéril fruto que sembramos
el que, temblando al viento,
resopla con su artificial aliento
mientras luce un reclamo con tu foto.
Pablo Fernández de Salas
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