El muñeco de nieve

 

Sobre una manta de nube,
un cuerpo redondo posa:
muy abultada su panza,
con dos botones de roca;
una bufanda divide
el cuerpo y la cabezota;
de piedrecillas sus ojos;
de piedrecillas su boca;
cicatriz canela en rama
y nariz de zanahoria.

Nieve viene y nieve va,
nieva que nieva nevando.
Una mente de cristal
y un cuerpo de polvo blanco.

La luz se funde en el cielo
y la ventisca se aleja.
En el orbe liso y negro
mil luceros parpadean,
mil ojillos desbocados
que a otro fulgor alertan:
un resplandor encantado,
verdes y rojas sus hebras.
Al embrujo de la aurora
el muñeco se despierta.

Nieve viene y nieve va,
nieva que nieva nevando.
Una mente de cristal
y un cuerpo de polvo blanco.

Las piedras que son sus ojos
el espectáculo admiran,
mientras la aurora en su boca
estimula una sonrisa.
El resplandor tiñe el suelo,
sangre esmeralda su tinta;
la nieve absorbe el hechizo
y sus cristales se excitan.
El muñeco ríe y ríe,
copos nevados su risa.

Nieve viene y nieve va,
nieva que nieva nevando.
Una mente de cristal
y un cuerpo de polvo blanco.

Conforme avanza la noche,
la aurora desaparece.
El muñeco ya no ríe,
ahora quisiera moverse.
Lo intenta, se contorsiona;
su nariz se cae, inerte.
Mira a los astros e implora,
mas ellos brillan silentes,
manecillas de un reloj
girando muy lentamente.

Nieve viene y nieve va,
nieva que nieva nevando.
Una mente de cristal
y un cuerpo de polvo blanco.

De pronto, el cielo cambia:
negro, marino y azul,
y el sol extiende su fuego
rebosante de salud.
El muñeco desfallece,
transmutando su actitud,
recordando aquella aurora
y exudando su virtud
con lágrimas de su cuerpo
que el sol derrite en su luz.

Nieve viene y nieve va,
nieva que nieva nevando.
Una mente de cristal
y un cuerpo de polvo blanco.

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Pablo Fernández de Salas

 

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