Caen la tarde y sus horas mansas
cuando cálamo y papel se besan.
A su conjuro, el aire brama
y, cargado de mágica fuerza,
el viento se aleja.
Sobre el papel, pluma descuidada
vertiendo de los cuentos su esencia;
una sombra que crece y que empaña
cubriendo la realidad de niebla.
El viento se aleja.
Abstraída desde la terraza,
ajena al frío, la mente vuela.
La mano despereza su pausa
y, junto al aire, dejar se lleva.
El viento se aleja.
Trina el ruiseñor desde su rama
exhibiendo sus notas más bellas.
Entre sus plumas el viento indaga.
Duda el ruiseñor… su canto cesa.
El viento se aleja.
Abren sus ojos blancas pestañas,
blancas y rosas, rosas y tiernas.
Terso es el fruto que el viento alcanza,
besa y provoca… cae la cereza.
El viento se aleja.
Vuela el viento sobre espuma blanca
insuflando su orgullo a las velas.
Un cañón retumba cuando pasa,
lo distrae el susurro… y yerra.
El viento se aleja.
Dunas de arena que al sol avanzan
cuando sus granos revolotean.
Cae la noche y los granos callan,
sin vida, como células muertas.
El viento se aleja.
Entre caballeros y piratas;
sobre castillos y fortalezas;
en la intimidad del sol de plata;
por desiertos, mares y arboledas…
el viento se aleja.
La noche está pronta, la luz vaga,
el calor reclaman las estrellas
e incluso el viento de las palabras
pierde el ímpetu que lo sustenta.
El viento se aleja.
Tiembla una mano, tiembla y cabalga
sobre el papel en su pluma negra.
El aire se agita en la terraza.
La mano para. Las hojas vuelan.
El viento se aleja.
Pablo Fernández de Salas
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