La palabra construye maravillas
con sus lazos delgados;
atrapa el tiempo; encapsula relatos,
y exhibe mil y una fantasías.
La palabra es viva, exaltadora;
es entrometida, cautivadora,
apasionante, tranquilizadora,
apabullante, amenazadora,
revolucionaria y conservadora.
La palabra desliza
su aliento en recovecos de papel,
en los huecos misteriosos del aire,
en las visiones del tacto y la piel.
Juega; se contonea;
acecha silenciosa;
se burla, poderosa;
se encripta y manifiesta.
La palabra es infinita y eterna;
mudable y caprichosa;
su génesis; su muerte;
tan lógica como contradictoria.
Pero a la hora de pintar la vida
junto a ti, la palabra se fractura.
Sobrecogida calla, enmudece,
vencida e impotente;
superada, sin llegar a la altura,
incapaz de declamar nuestra rima.
Pues la palabra no es más que palabra,
con su miríada de facultades;
pero no es, como tú,
esa chispa que ahuyenta soledades
y enciende en el mundo el sueño y la magia.
Esa chispa que ilumina el camino,
desafía al destino
y al presente acompaña.
Pablo Fernández de Salas
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