Quiero pintar un cuadro con las palabras,
de tintes garzos, grises de sutil plata.
De un sorbo, en negro té mi pluma empapo.
La vista prendida canta;
mis dedos bailan al traducir el canto.
Arriba, clavado entre trazos celestes,
brilla el sol. Mil espejos lo imitan entre
las islas, justo en la zona que separa,
cual tul flamenco de pliegue
indefinido, el mar de las montañas.
Los colores mutan su indómito rostro
y en tenue niebla palidecen los tonos.
El son del baile oscila, cambiando el traje;
las nubes forman un corro,
ovejas pastando en el paisaje roto.
Un sorbo azul y blanco, plata y zafiro;
dos lienzos que avanzan a distinto ritmo.
Los bosques se inundan de campos y casas;
sangra la herida de un río.
Manchado de culpa el mar huye, se espanta.
Los colores se acentúan de repente,
para, en un jirón de nubes, perderse.
Ahora el gris y el carbón lo embadurnan todo.
Sin pausa el avión desciende.
Aterriza. Y se apaga. Poco a poco.
Pablo Fernández de Salas
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