Las curvitas de su cuerpo
enamoran con locura
cuando vibran con su aliento
transmitiendo su dulzura.
Los suspiros que derrama
por su boquita entreabierta
himnotizan al que pasa
caminando por su vera.
La gente la quiere ver,
y oírla quiere la gente,
y tocarla, de poder,
y en un abrazo perderse.
Yo me muero por sus besos,
por su caricia en mis dedos,
por la pasión que la mueve,
¡ay!, cuando juega con ellos.
Sabe llorar cuando quiere
y reír si le conviene,
y, si descuidas tu afecto,
su soledad te conmueve.
Sentirla quiere la gente
y escuchar sus encantos,
con sus palabras de alerce
y su voz de palisandro.
Su piel cautiva, su brillo,
y te hechiza su mirada.
Su enhiesto mástil, erguido,
donde se entona su magia.
En el parque, en la calle,
en escenarios y plazas;
en un ambiente de fiesta;
en el sofá de tu casa,
o ante una hoguera en la noche:
no existe mejor compaña
que la del tañido alegre
del alma de una guitarra.
Pablo Fernández de Salas
Visita aquí la entrada original del blog sobre este poema.
*Himnotizar: juego de palabras derivado de hipnotizar e himno.