Es difícil dar con una persona a la que no le guste el sonido de una guitarra, ya sea el quejido flamenco de las españolas, el tañido preciso y vigoroso de las clásicas, el ritmo bohemio de las acústicas o el traqueteo acelerado y bronco de las eléctricas. Y, si me dejo tipos por describir, será porque las guitarras han evolucionado en formas cada vez más diversas.
En cualquier caso, la magia de este instrumento puede atrapar a las personas con una facilidad pasmosa, y es de los pocos artilugios musicales que se dejan tratar, con docilidad relativa, desde los primeros compases de un simple aficionado.
El alma de una guitarra
Las curvitas de su cuerpo
enamoran con locura
cuando vibran con su aliento
transmitiendo su dulzura.
Los suspiros que derrama
por su boquita entreabierta
himnotizan al que pasa
caminando por su vera.
La gente la quiere ver,
y oírla quiere la gente,
y tocarla, de poder,
y en un abrazo perderse.
Yo me muero por sus besos,
por su caricia en mis dedos,
por la pasión que la mueve,
¡ay!, cuando juega con ellos.
Sabe llorar cuando quiere
y reír si le conviene,
y, si descuidas tu afecto,
su soledad te conmueve.
Sentirla quiere la gente
y escuchar sus encantos,
con sus palabras de alerce
y su voz de palisandro.
Su piel cautiva, su brillo,
y te hechiza su mirada.
Su enhiesto mástil, erguido,
donde se entona su magia.
En el parque, en la calle,
en escenarios y plazas;
en un ambiente de fiesta;
en el sofá de tu casa,
o ante una hoguera en la noche:
no existe mejor compaña
que la del tañido alegre
del alma de una guitarra.
Pablo Fernández de Salas
*Himnotizar: juego de palabras derivado de hipnotizar e himno.