En la iglesia del jardín

 

En la iglesia del jardín,
entre columnas labradas
por los cinceles del tiempo
y bajo un techo esmeralda,
posa una diosa un manto
de reflejos de esperanza.
La lluvia reza a esta diosa
con frases de pura plata,
que el sol reviste de oro
para ensalzar las palabras.
La diosa escucha los rezos
y sopesa las plegarias;
por esta vez las atiende,
pero se muestra enfadada.
En la iglesia del jardín
sus visiones no son claras,
y a ese manto que ha posado
le augura malas pasadas:
mofas de plástico estéril
y blasfemias de hojalata.
En el humor de la diosa
la lluvia y el sol reparan,
y su enojo deteriora
sus dos susceptibles almas.
Como un par de adolescentes
que ven su altivez dañada,
un día la lluvia truena
y, al otro, el sol abrasa.
La diosa deja su enfado;
ahora está preocupada.
Si la iglesia del jardín
ve su futuro entre llamas,
de su místico esplendor
resistirán cuatro ramas.
Busca la diosa a quien rece
por que su templo no caiga,
mentes que puedan volar
y caminar a dos patas.
Mas solo encuentra al buscar
cisnes, gaviotas y garzas;
carboneros y jilgueros;
gorriones y barnaclas;
fochas, cuervos y rascones:
las aves de Escandinavia.
El manto posado está,
con reflejos de esperanza,
mas la diosa ha de esperar,
¡ay!, ¿qué futuro le aguarda?

cropped-mifirmapfds-margenes-1.pngcreativeCommons

Pablo Fernández de Salas

 

Visita aquí la entrada original del blog sobre este poema.