El clima es un elemento dinámico, y siempre lo ha sido. La Tierra ha pasado por épocas de glaciación, épocas más calurosas que la actual, y épocas tan diferentes entre sí que podría sorprendernos lo resiliente que es la vida. Entre los factores que definen el clima, la actividad solar también juega su papel, así como la distancia entre el Sol y nuestro planeta, o la configuración geográfica de los continentes. Pero un agente que ha ganado cada vez más protagonismo en las últimas décadas ha sido la actividad humana. Mientras contemplo el verdor de la pradera y me siento a descansar entre las cuidadas columnas de manzanos de Rosendals, en Estocolmo, me doy cuenta de lo maravillosos que son estos rincones; templos naturales donde podemos evadirnos de nuestro propio barullo. Y ojalá estos templos sigan existiendo durante muchos, muchos años.
En la iglesia del jardín
En la iglesia del jardín,
entre columnas labradas
por los cinceles del tiempo
y bajo un techo esmeralda,
posa una diosa un manto
de reflejos de esperanza.
La lluvia reza a esta diosa
con frases de pura plata,
que el sol reviste de oro
para ensalzar las palabras.
La diosa escucha los rezos
y sopesa las plegarias;
por esta vez las atiende,
pero se muestra enfadada.
En la iglesia del jardín
sus visiones no son claras,
y a ese manto que ha posado
le augura malas pasadas:
mofas de plástico estéril
y blasfemias de hojalata.
En el humor de la diosa
la lluvia y el sol reparan,
y su enojo deteriora
sus dos susceptibles almas.
Como un par de adolescentes
que ven su altivez dañada,
un día la lluvia truena
y, al otro, el sol abrasa.
La diosa deja su enfado;
ahora está preocupada.
Si la iglesia del jardín
ve su futuro entre llamas,
de su místico esplendor
resistirán cuatro ramas.
Busca la diosa a quien rece
por que su templo no caiga,
mentes que puedan volar
y caminar a dos patas.
Mas solo encuentra al buscar
cisnes, gaviotas y garzas;
carboneros y jilgueros;
gorriones y barnaclas;
fochas, cuervos y rascones:
las aves de Escandinavia.
El manto posado está,
con reflejos de esperanza,
mas la diosa ha de esperar,
¡ay!, ¿qué futuro le aguarda?
Pablo Fernández de Salas