Su anciana piel, con arrugas de tiempo,
bálsamo de octubre y hebras de oro,
reluce al sol poniente cual tesoro.
Su vida tiembla y vive en los recuerdos.
Recuerdos de un amanecer de ensueño,
de unos días que verdean su rostro,
de juventud sin desvelos de otoño,
y de un verano maduro y risueño.
El invierno asoma en el horizonte,
una sombra que se acerca silente,
pero ella no estará para entonces.
Ya entre sueños, al ocaso se duerme.
Sin despedirse el sol sueco se esconde
y el aire, con un beso, la desprende.
Pablo Fernández de Salas
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