Hace mucho que tendría
que haber moldeado la tinta
para dar forma a esta carta.
Temiendo no estar a tiempo
de almacenar el recuerdo,
ahora lo hago en la distancia.
Caía una lluvia fina,
paseando, aquel día,
por la tudesca ciudad,
y fue pasando una iglesia
cuando, de forma discreta,
nos preguntaste sin más.
Yo entonces desconocía
la importancia del lugar
y no supe dar respuesta.
Tú sonreíste al compás
del misterio que creabas
en unos pequeños mozos.
La vida cambia las tornas:
uno ya tiene su propia historia
y falta el otro,
más los dos pequeños pillos
que nos persiguen al loro.
Dando pasos al futuro
repetimos el pasado.
Lejos de lo que conozco,
veo a través de tus ojos
aunque yo no esté emigrando.
La familia a diez mil millas,
otras tantas separada:
la distancia así la siento
diga lo que diga el mapa.
Nos volveremos a ver
y podrás deleitarnos con tu historia otra vez.
Ojalá tu memoria se intente portar bien
guardando lo que te anuncio en la carta.
No queda mucho, qué va;
apenas unos meses y otra historia tendrás.
Abuelo, aguanta un poco esa mente de cristal
que otro nieto se te casa.
Pablo Fernández de Salas
Visita aquí la entrada original del blog sobre este poema.