Con reflejos de ventanas,
en una noche sin luna
y desprovista de bruma,
relucen las aguas negras.
Destella con notas claras
sobre su espejo ondulado
un mundo distorsionado
de puentes e islas dispersas.
La noche marca las doce
en el reloj de las aguas;
el sol oculto en el norte,
sus manecillas mojadas,
y entre el arrullo de coches
Gamla Stan duerme arropada.
Desde el oeste le llega
un aliento que reclama,
al este, la mar salada,
pasando por Gröna Lund;
al noroeste coteja
el soplo de los alcaldes,
y ríen jóvenes aires
de Södermalm en el sur.
La noche es fría y sincera,
sincera sobre las aguas
que absorben en su acuarela
de ventanas dibujadas
los entresijos y penas
de las vidas refractadas.
La noche es fría y sincera,
sincera como la estampa
donde la tinta vertiera
recuerdos en las palabras
hace cinco primaveras,
antes de que la heredara.
El tiempo muerde y corroe
Mariaberget y sus vistas,
los luceros y la linfa
de una época pasada.
Con los ecos de la noche
reverberando en su mente,
contempla un hombre el presente
apoyado en la baranda.
Pablo Fernández de Salas
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