En el jardín de mi casa campestre
hay un portal arraigado en el suelo,
un portal entre la tierra y el cielo
que los días bañan con su celestre.
Con largos dedos de vigor terrestre
toma prestada la lluvia que huelo,
transporta su esencia en un denso duelo
y transpira el alma en su piel silvestre.
Afuera, en el jardín de mi casa,
maduran los frutos en el portal,
nutridos del polvo de tu biomasa,
tu amor perenne, tu risa y tu sal.
Afuera, la brisa esparce tu brasa,
de la tierra al cielo, desde el nogal.
Pablo Fernández de Salas
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