Cuando el viento a la montaña
le acaricia su follaje,
intentando alzar su falda
y el rumor de su ramaje,
el sol, juguetón, calienta,
cual paciente buen amante,
con luz de mirada intensa
y pasión de largo alcance.
Sopla que te sopla y canta,
silba que te silba en clave;
vuela el viento en la montaña
susurrando obscenidades.
Mientras, la montaña duerme
y sueña ajena a sus males
con un mundo en blanco y negro;
gris y perla; niebla y mate.
El sol alumbra y calienta
y pinta tonos rojizos,
amapolas de praderas,
de flor un árbol vestido.
Da pinceladas de verde
y excita azules en lirios,
y recorre las laderas
con unos trazos corintos.
Mas de la montaña el sueño
no es de color tan vivo,
sino sombras tonos plata
y etéreo como un suspiro.
Un platónico fantasma
de desvestir despacito,
de vergonzosa mirada,
mas diligente y preciso.
Pablo Fernández de Salas
Visita aquí la entrada original del blog sobre este poema.