A veces los pensamientos nos llevan a lugares extraños envueltos en situaciones incómodas. De fondo, alguien diserta sobre un tema que no nos interesa, sin conseguir captar nuestra atención. Y la idea surge: ¿y si el viento estuviese obsesionado con la montaña? ¿Y si lo dominara un amor enfermizo? El sol luce sus encantos sin conocer el acoso del viento, pero su amor no puede ser correspondido. La montaña crece en la noche, embrujada por su luz, pero la luna está demasiado lejos.
Romance en la montaña
Cuando el viento a la montaña
le acaricia su follaje,
intentando alzar su falda
y el rumor de su ramaje,
el sol, juguetón, calienta,
cual paciente buen amante,
con luz de mirada intensa
y pasión de largo alcance.
Sopla que te sopla y canta,
silba que te silba en clave;
vuela el viento en la montaña
susurrando obscenidades.
Mientras, la montaña duerme
y sueña ajena a sus males
con un mundo en blanco y negro;
gris y perla; niebla y mate.
El sol alumbra y calienta
y pinta tonos rojizos,
amapolas de praderas,
de flor un árbol vestido.
Da pinceladas de verde
y excita azules en lirios,
y recorre las laderas
con unos trazos corintos.
Mas de la montaña el sueño
no es de color tan vivo,
sino sombras tonos plata
y etéreo como un suspiro.
Un platónico fantasma
de desvestir despacito,
de vergonzosa mirada,
mas diligente y preciso.
Pablo Fernández de Salas