Estos versos no son más que un recuerdo
encorsetado a lomos de una silva,
entre sorbos amargos de gris rima
y volando a kilómetros del suelo.
El veintiséis de junio
cierra sus puertas camino de Suecia.
Es 2021,
The Cranberries reposa en mis orejas
y amortigua otros ruidos.
El futuro me espera;
incierto, latente, emocionado.
Hoy mi vida se encuentra
en un valle de caminos cerrados,
en marisma de anegados meandros,
en un sueño como un dios y un esclavo.
Las estrellas despiertan.
Las ciudades lucen sus lentejuelas.
Hacia el este me saluda la noche.
Mientras, tras la ventanilla al oeste
el día aún se pone.
Desde el cielo observo la encrucijada:
la voz de los extremos;
sus luchas, sus tensiones y sus celos.
Desde el cielo, mi vida se detiene;
la sangre en el oeste
y el reclamo de farolas al este.
El norte se me antoja despejado,
donde duerme la aurora.
En su velo deposito mi sueño.
Mi futuro. Mi ahora.
Los minutos pasan; la Tierra gira,
y el avión se desplaza con sudor de turbinas.
Poco a poco, los fuegos del destino
alcanzan la frontera boreal;
la medianoche a punto de sonar;
los motores buscando un respiro.
Ante mí, se aleja la oscuridad
y amanece un atardecer tardío.
Pablo Fernández de Salas
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