La ciudad amanece tarde y se acuesta temprano, con los ojos enrojecidos y dispuestos a cerrar sus párpados para dormir durante el invierno. El bosque comparte el cansancio y se desprende de sus sueños de primavera —ya maduros después de un largo verano—, cuyos fragmentos describen en el aire una errática travesía antes de pararse en el suelo. Tan solo el capricho de los vientos de otoño puede volver a avivar sus almas, hasta que el invierno los calme para siempre y los convierta en abono de los sueños de la próxima primavera.
Vientos de otoño
Ya soplan los vientos de otoño,
ya marcha en las calles mojadas
su ejército de mariposas
de alas ocres y limonadas.
La ciudad emprende el camino
hacia los sueños del invierno,
llevando un pijama tejido,
del verano, con sus recuerdos.
El cansancio adormece el aire
y entorna los ojos del cielo,
cuya juventud palidece
entre nubes en blanco y negro.
El alma del bosque se aleja,
desprendiendo sus esperanzas
caducas, forzada a un retiro
de horas muertas y noches largas;
mil retales de su pasado
mariposeando en las calles,
al capricho de pardos vientos
que presagios de invierno traen.
Ya vuelan los sueños de otoño;
ya toman las calles mojadas
sus suspiros, sus tonos sordos.
Ya apaga sus velas el bosque
con los bostezos de Estocolmo.
Pablo Fernández de Salas
Pabo, enhorabuena por esta maravillosa descripción del otoño en Estocolmo.
¡Un abrazo enorme y mi sincera admiración por el talento poético que se desprende de tu sensibilidad!
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Muchísimas gracias, Pere, como siempre. Me alegra que disfrutes de la poesía.
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