Todo el mundo conoce pi (π), la decimosexta letra del alfabeto griego que se asocia al número 3.14159…, correspondiente a la fracción entre la longitud de una circunferencia y su diámetro (eso sí, en geometría euclidiana). Y es que la fama le viene de lejos, pues ya hacia el siglo XIX antes de nuestra era los egipcios lo utilizaban, aunque lo hicieran con un valor aproximado y, por supuesto, sin asociación alguna con la aún inexistente letra griega.
Hoy en día se conocen millones y millones de cifras de pi con exactitud, y muchas más serán añadidas conforme la tecnología avance. Por cuestiones de espacio, a continuación solo muestro las primera 47 cifras:
3.1415926535897932384626433832795028841971693993…
Hay quien se inspira en la imagen de un lago. Hay quien prefiere la soledad de una casa vacía. En este caso, han sido las primeras 47 cifras de pi las que han agitado a las musas.
π
En griego
mi
nombre claman.
Me
piensan finito,
mas soy eterno y como el agua
fluyo,
dando media vuelta,
más otra media,
más otra:
en retorcidos
versos que sin rima avanzan,
pero con precisión se mueven
a través de una senda
de segmentos irregulares,
sin orden,
locos,
dementes,
infinitos e incansables.
Una cifra
que aparece en muchos
textos,
en solo una letra
condensada:
mi esencia,
mi alma,
mi sempiterno universo…
mi jaula.
Vivo
en un mundo que oscila,
y gracias a un mundo que oscila
pienso y existo.
…
Debo
a los números mi magia,
matemático conjuro
del poeta.
Y,
como toda historia que empieza,
pero final no tiene,
es
del poeta el turno
de apagar las luces y cerrar
los ojos,
como una serie interminable
que, al no converger, se trunca
de pronto.
Pablo Fernández de Salas