Cuando se marchita una rosa, es ella quien la acaricia; cuando cae la última gota, es ella quien la recoge; cuando el sol se pone en el horizonte, es ella quien lo recibe; cuando el alma de un fotón primordial se enfría ante un espacio cada vez más vacío, es ella quien lo espera. Un esqueleto de mirada hueca y palabras sin lengua. Unas falanges de una mano simbólica que a una guadaña se aferran.
El último visitante
En el silencio del cuarto
un tenue soplo se escucha:
el estremecer amargo
de una cortina parduzca.
Otras veces se ha encontrado
a este oscuro visitante;
se acerca al pobre camastro
donde el cuerpo inmóvil yace.
Sin destellos ni sonidos,
¡ay!… realiza su trabajo.
La cortina siente el frío
que en silencio va cuajando.
El visitante se marcha.
La cortina se estremece.
Y del cuerpo, ya sin alma,
el calor desaparece.
Pablo Fernández de Salas