La luz de los difuntos

El día de todos los santos está a la vuelta de la esquina. En Suecia, así como en otras partes del mundo, muchas velas se prenden para recordar a aquellos que ya no están con nosotros. Mientras unos celebran lo macabro con disfraces de Halloween, otros deambulan por cementerios que lucen una estampa más bien romántica. En Estocolmo, es común que los familiares se reúnan en Skogskyrkogården, un gran cementerio al sur de la ciudad, para observar cómo la temprana noche se enciende de estrellas de cera que iluminan el camino a los difuntos. La noche es fría y está llena de misterios, acentuados por el temblor de unas llamas que, así como recuerdan en silencio las vidas que han desaparecido, también alimentan nuestra imaginación…

Skogskyrkogården

El aire frío proyecta su calma
sobre las tumbas, mientras el azul
de las nubes se apaga.
Al fondo, una cruz
solitaria destaca entre las lápidas,
pliegos para los poemas de roca
que resumen las vidas
de los que aquí reposan.
En el silencioso bosque esparcidas,
mudas, estas tristes páginas brotan.
Mas hoy se las recuerda
tras doce meses de olvido. Las cuatro
marca el reloj y surgen las estrellas,
pequeñas llamas que nacen temblando,
confusas; tímidos astros de cera.
Al caer la noche la gente acude
llamada por las velas;
sombras que vagan, como lentas nubes,
temiendo entrecruzarse con aquellas
que gritan sin que nadie las escuche.

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Pablo Fernández de Salas

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