En Suecia, los árboles caducifolios han perdido ya casi toda su vestimenta. Se me antoja curioso pensar que es justo en la época más fría del año cuando más desnudos están. Pero los árboles son como un ave fénix que resurge de sus cenizas, siguiendo un ciclo tan duradero como su vida. No importa lo mucho que la luna quiera verlos desprovistos de sus ropajes, ni que la envidia de su verdor la llene cada casi treinta días; al final, los árboles recuperan su frondoso vestido en primavera.
Soneto de otoño
Con tonos de otoño brilla la luna,
tonos de otoño que en la savia vierte.
Cuando el abedul con el sol despierte
sentirá el veneno de su fortuna.
Verde su infancia junto a la laguna,
de rojo se tiñe: de rojo muerte.
Y, sin embargo, evita su suerte
mientras prepara su tumba y su cuna.
Es un ave fénix que abre sus alas
y en una nube de fuego se pierde.
De amarillo a rojo cambia sus galas
cuando otoño sangra e invierno muerde.
Tras unos meses a la funerala
vestirá de nuevo un plumaje verde.
Pablo Fernández de Salas