El avance de la tecnología ha hecho posible que la comunicación entre personas sea prácticamente instantánea, sin importar la distancia física que separa a los interlocutores. En primer lugar, el pensamiento se forma entre las conexiones sinápticas de las neuronas de uno de los participantes de la conversación, para luego ser transcrito por los dedos de esa persona con mayor lentitud que lo que tarda, poco después, en alcanzar un aparato receptor a miles de kilómetros de distancia. Finalmente, también en cuestión de milésimas de segundos, los ojos de otra persona interpretan las palabras y transmiten el mensaje a otro conjunto de neuronas. Y esto sucede continuamente a lo largo y ancho del globo.
No obstante, a pesar de las muchas ventajas que aporta tener a nuestra disposición un sistema de comunicación tan eficiente, en ocasiones es difícil desconectar y encontrar un momento de tranquilidad en nuestras ajetreadas vidas. Pero esos momentos de pausa son necesarios. Momentos en los que podemos aislarnos del mundo, ya sea para dar un paseo o, simplemente, para mirar por la ventana y ver caer la nieve con lentitud, sin prisas, dejándose mecer por las caricias del aire ante su propio peso.
Pausa
Esta es una mañana en la que la nieve flota,
suspendidos sus deseos en un aire calmo.
Con la lentitud de una espera, unos se posan,
mientras otros se empeñan en seguir esperando.
Tranquilo. No hay prisa. Esta mañana descansa.
Sé nieve que arriba. Déjate caer en calma.
Pablo Fernández de Salas
Pablo, estoy de acuerdo. Yo de vez en cuando, hago descansos: apago el móvil y lo dejo así todo el fin de semana. Los llamo «mi retiro». Hace tiempo que dejé de usar las redes sociales, a excepción de Whatsapp. A veces hay tanto ruido en mi cabeza a causa de la tecnología… Y, de todas formas, por mucho que reconozca sus ventajas, para mí nada iguala a los contactos reales, cara a cara.
¡Un abrazo!
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