Hace años que mis veranos no son tan largos y están tan desprovistos de responsabilidades como lo estaban en mi niñez, pero no dejan de ser periodos de relax. La paz fluye, llevándose las preocupaciones hacia lagos futuros, mientras mi vida se toma un respiro estacionada en la orilla. Aun así, me da por recordar. Entre las olas juega mi pasado, rebozado de arena blanca; un pasado al que es difícil regresar salvo por las vías de la memoria; un pasado tranquilo, de veranos interminables y donde las sorpresas, por lo general agradables, esperaban a la vuelta de cualquier esquina. Trazas de esa antigua paz flotan todavía en la brisa marina, y, cuando puedo, lleno mis pulmones absorbiendo su calma. Contengo un rato la respiración, aguantando el pasado, y luego lo expiro con pausa, para que su recuerdo flote en el presente antes de ser arrastrado por la brisa.
Paz veraniega
El atardecer sorprende
como lo hizo la mañana,
índigo herido de muerte
con una herida escarlata.
Las horas pasan sin verme,
pero su espíritu ataca;
los dientes del reloj muerden
y con los años desgarran.
Entre las olas del mar
se esconde mi juventud,
la que endulzaba su sal
con la amistad y su luz;
y mi niñez, que se esfuma
en el romper de las olas,
entre burbujas de espuma
me recuerda sus cabriolas.
Pero hoy la tarde llega
sin premura ni tardanza;
puntual, como se espera
para quien la paz abraza.
La vida bate sus aguas
sin importarle el remero,
y sopla vientos que braman
coplas según sus deseos.
Hoy el mar luce tranquilo;
más sabio, pero aún un crío,
y el aire templa su brío
a las puertas del estío.
Pablo Fernández de Salas
Fantástico Pablo!!! Enhorabuena por tu creatividad y muchas gracias por estos maravillosos obsequios!!!
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¡Muchas gracias a ti, Pere, por dar vida a las palabras al leerlas!
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