Siete palomas

Es curioso cómo nos hacen reflexionar los objetos que nos rodean. La mesa del salón se transforma en un atril donde practica el pasado; la lámpara en la luna llena; los cuadros en ventanas a los recuerdos de otra gente, y los sillones en los tronos de un castillo de dibujos animados. Los sucesos que nos envuelven se funden en las escenas de nuestra memoria, y nuestra historia complementa el presente con imágenes del pasado.

De este modo, mi cuerpo abandona el salón de la corona, ese que nunca visitó realmente, y viaja a través del pasillo hasta la cocina, guiado por los olores de la culpa. Una vez allí, un impulso me hace mirar por la ventana. Nuestras miradas conectan. Siete pares de ojos atravesando los míos. Catorce ojos de cuervo incrustados en cabezas de paloma. El pasado y el presente mezclados de nuevo, más allá de los límites de la ventana, forzando mis pensamientos hacia una ruta que no habían previsto tomar. Todo a partir de elementos que nos rodean. Es curioso cómo nos hacen reflexionar.

Siete palomas

Sobre las ramas del árbol muerto
siete ángeles grises se han posado.
Siete susurros que trae el viento.
Siete jueces sobre mi pasado.
Atentos me observan al principio
siete pares de ojos de obsidiana,
y valoran si yo he sido digno,
yo que los miro tras la ventana.
Ante mí, los problemas del mundo,
del alma de los tiempos que vivo;
y yo frente a esa alma, desnudo,
con el estigma de haber nacido.
El fuego invisible del invierno
cubre con sus cenizas el árbol.
Mientras, caen copos de silencio
sobre los siete ángeles posados.
El dolor de la vergüenza bulle,
pero no pude elegir qué soy;
como mucho ayudar al que sufre,
mas no a todos los que sufren hoy.
Mis pecados truenan sin sonido
sobre un invierno que no termina,
un invierno que gestado ha sido
a partir de mi misma semilla.
Mis manos sobre el radiador, frías,
frías como el aire que sostiene
siete miradas sobre la mía,
siete miradas a la intemperie.
Finalmente los ojos se apartan,
siete martillos que ya han juzgado.
Veo, sin saber qué me deparan,
sus cabezas durmiendo al costado.

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Pablo Fernández de Salas

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