Dedicado a dos personas que protagonizaron el fin de la primera semana completa de abril e hicieron que este fuera inolvidable. Con mucho cariño. Siempre recordaremos los días vividos a la orilla de un río.
A la orilla de un río
A la orilla de un río
que deslumbra entre Buñol y Alborache,
mientras Dios duerme en 2023,
un pueblo cobra vida.
Un pueblo cobra vida
guardado por dos furias,
dos ángeles de pico embravecido,
dos reflejos de luna.
Un pueblo cobra vida
mientras Dios duerme en 2023,
un pueblo que por tres noches se ve,
a la orilla de un río.
Nace de las cenizas de un molino;
vive de dos almas enamoradas;
arde con el éxtasis de su unión,
la familia y la amistad a sus bandas,
y fallece sin morir su pasión
al nacer la semana.
A la orilla de un río.
¡A la orilla de un río
que lo abraza en sus aguas!
El pueblo acoge afluentes de otras tierras,
desde la magia verde de la aurora
que se funde en el norte
hasta el calor de los «achos» de Murcia
pasando por el fruto de Inglaterra.
¡El pueblo acoge afluentes de otras tierras!
Tres noches vive el pueblo.
Tres lunas. Tres sueños breves e intensos.
Tres tazas de café.
Tres. Dos más uno: tres.
Dos personas: una, dos. Una historia.
Tres. Dos familias que son una. Tres.
En su infancia, el pueblo se construye
con los ladrillos del campo y su río,
y al sol de sus jardines
los violines juegan al escondite.
En su adolescencia, el pueblo admira
un ampo de ilusión
fundido con las ascuas de un volcán,
y en su laberinto de espejos van
rielando los himnos del corazón.
En su madurez, el pueblo no es pueblo,
pues los deberes que la vida aguarda
pertenecen más allá de sus muros,
más allá de sus límites abiertos
a la orilla de un río.
¡A la orilla de un río!
Y cuando la última noche se prende,
el pueblo se deshace.
Absorbida la magia,
sus habitantes se marchan encintos,
gotas al viento en calma
sin prisas flotando hacia otro destino,
a la orilla de un río.
¡A la orilla de un río!
Pablo Fernández de Salas