Hay ciertos lugares que invitan a volar con la literatura. Lugares en los que las páginas en blanco de un libro por escribir coquetean con nuestras historias, y donde las páginas ya escritas agitan el bosque de nuestras neuronas y lo avivan con sus vientos llenos de palabras. Son lugares en los que la acidez del café permea el papiro de los cuentos, y donde la sombra de una tostada se camufla en la niebla de los versos.
El sur de València conoce uno de estos lugares, dispuesto a acoger la curiosidad de los que pasan por sus puertas. Un lugar donde una mañana de lectura puede afluir en el crisol de las estrofas, dando pie a un conjunto de rimas que, poco a poco, se enfrían en el cuerpo de un poema.
Ubik café
Entre las venas del barrio
destaca un rincón de letras
donde se mojan los libros
en el café de las mesas.
Con un irlandés yo brindo
por las historias que esperan
de los voraces clientes
sus mentes listas y abiertas.
Solos o de dos en dos,
también familias completas,
en compaña o en soledad
la gente viene y se sienta.
El trajín de la rutina
al vapor de cafetera;
camareros ocupados
en su guion de bayeta.
Un infante y sus juguetes;
unos padres con sus quejas;
un anciano y sus revistas;
un extraño y su libreta.
En sorbos van los minutos
desde mi vaso a mis letras,
desplegándose mi mundo,
desvelando sus sorpresas.
Pan tostado y cafeína,
sangre de azahar liberta,
un desayuno a las doce:
la mañana de un poeta.
Pablo Fernández de Salas