Es bien sabido que aquel que no se consuela es porque no quiere. Por recurrir a la famosa metáfora del vaso: incluso un recipiente sin líquido sigue estando lleno de posibilidades, donde cabe imaginar todo tipo de bebidas, hasta el más exquisito de los cócteles. Tal vez este no haya sido el invierno más blanco que he conocido y puede que haya extrañado la nieve; quizás tampoco disfrute del viento callejero y, en su lugar, me molesten sus fríos dientes; puede que la primavera no me ilumine con su color tanto como lo espero, e incluso es posible que me evada el aroma a azahar de los naranjos. Sin embargo, en lugar de escoger como refugio la resignación, ya puestos a elegir el filtro con el que observo mi mundo, prefiero imaginar que me libero de los problemas en lugar de conformarme y convivir con ellos.
Liberación
El viento besa mis manos con labios de hielo;
la primavera está pronta, pero aún es invierno.
En su aliento los ampos bailan su último vals,
revolotean y giran siguiendo el compás.
Con ellos me fundo, entre caricias heladas,
y mis miedos exudo mientras giran y bailan.
En su postrera danza les desvelo mi mal,
que agoniza y se esfuma entre los dedos del viento.
Y, así, forjo un sendero hacia mi libertad
que recorro sin prisas con pasitos de hielo.
Pablo Fernández de Salas