El Universo empezó siendo una sopa densa y abrasadora, donde vieran la luz por primera vez las partículas elementales que hoy en día nos dan forma. Algunas de ellas no aguantaron la opresión de la multitud y se refugiaron en su inherente falta de interacción para, poco a poco, aislarse del mundo en un confinamiento tan perfecto que no logramos romperlo en la actualidad.
Conforme el Universo se expandía en los albores del tiempo, las propias partículas que lideraban la expansión (principalmente fotones y neutrinos) sufrían a consecuencia de la misma, perdiendo energía, enfriándose. Los fotones consiguieron sobrevivir cientos de miles de años, pero los neutrinos, por naturaleza tímidos e introvertidos, vieron el mundo crecer a su alrededor a un ritmo mucho mayor del que fueron capaces de seguir.
Hasta que se desacoplaron, comenzando un viaje en solitario que duraría para siempre.
Este poema trata sobre el desacoplo de los neutrinos más antiguos del Universo, llamados reliquia, que se formaron cuando el Universo tenía apenas unos segundos de vida y que suponemos siguen entre nosotros en la actualidad, presentes a lo largo y ancho del cosmos, pero imposibles de detectar debido a su baja energía y su casi inexistente capacidad de interacción.
Pero este poema también habla sobre la timidez y la soledad, sobre los neutrinos reliquia de cuerpo humano, esas personas superadas por una sociedad de la que quisieran formar parte, pero de la cual se distancian sin un ancla que las frene, rota ya su voluntad…
Desacoplo
Y, sin más, estuve ahí,
rodeado de mis congéneres,
entre estallidos crueles de «piérdete»
y espontáneos latigazos de «quiéreme».
Todos juzgando, mas ninguno fue célebre.
Sí, yo estuve ahí.
Y me sofocó el contacto,
el continuo trajín a tino
con sus saludos, gritos, pitidos,
risas, reproches, consejos y avisos.
Sin causa, sin intención, sin compromiso;
mas siempre en contacto.
Y tanto pudo el agobio,
la presión de muros sin linde,
la frialdad de rejas invisibles,
el fantasma de acosos imposibles…
que empequeñecí, sintiéndome inservible.
¡Fue tanto el agobio!
Y deseé que acabara.
Proyectando mis pensamientos,
deshilaché las hebras del tiempo,
contribuyendo a expandir su sustento.
La vorágine destempló nuestros cuerpos.
Quise que acabara.
Y se me escapó el control.
Con la expansión desenfrenada
y mi apatía fuerte y lozana,
me abandoné a la pasión de las aguas,
cuya impetuosidad mis fuerzas drenaba,
perdido el control.
Y entonces me quedé solo.
En lo que dura un pestañeo
creció mi desdicha, sin remedio.
Vi mi esperanza inalcanzable, lejos.
Y, junto a ella, desapareció el miedo.
Y me quedé solo.
Y así avanza mi destino:
deambulando por el vacío
sin nada que me guíe. Perdido.
Solo. Un neutrino muerto de frío
que confecciona versos para sí mismo.
¡Ah… cruel mi destino!
Pablo Fernández de Salas