La vida en las aguas del tiempo

Planeamos, nos preparamos y organizamos. Diseñamos, calculamos y programamos nuestro siguiente paso. Con un ojo pendiente de nuestro pasado y el otro fijo en el futuro que esperamos conseguir, el presente se nos escapa, tornado invisible por nuestra propia voluntad. Después de todo, por mucho que insistamos en alcanzar una meta, por muy bueno que sea el navío en el que nos embarquemos, las aguas del tiempo pueden empujarnos hacia situaciones impredecibles. Entonces caemos, llevados por la corriente, confiando en sobrevivir hasta el siguiente remanso de tranquilidad; disfrutando, si se puede, del cosquilleo de la caída y la emoción de lo inesperado. Así es como la vida nos hace más fuertes. Así es como nos hace sentir vivos.

En las aguas del tiempo

Sube y baja con las olas del tiempo,
las tormentas que estallan
y los calmos momentos.
Sube y baja al compás de la marea,
a capricho del agua
cuando el tiempo trasiega.

La vida surge en pendientes agudas
y derrama su esencia
de laguna en laguna.
La vida nace en torrente y se amansa,
luego vuelve a caer
y de nuevo se aplaca.

Sube y baja sobre océano eterno.
Sube y baja mientras bate los remos.

Su mirada está fija,
el destino la aguarda,
mas el tiempo no fía
y moldea las aguas:
veleidoso, el estanque vacía
desde airada cascada.
Cae, succionada entre lluvia fina;
cae su espuma blanca.

La vida medra en pendientes agudas,
cuando cambian las aguas,
cuando el flujo transmuta.
Sube y baja con las olas del tiempo,
las tormentas que braman
y los tensos silencios.
Sube y baja sobre océano inmenso,
donde boga asustada,
donde extiende sus sueños.

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Pablo Fernández de Salas

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