El cosmólogo

Qué impresionante sería poder describir la evolución del universo, desde su posible comienzo hasta su posible final, o desde un instante muy, muy lejano en el pasado hasta otro instante igualmente alejado hacia el futuro. Qué increíble sería concentrar en una región diminuta del espacio-tiempo la esencia misma del tiempo y del espacio. Qué maravilloso sería poder acceder a esa expresión matemática que, a pesar de su humilde apariencia, condense el pasado, el presente y el futuro de nuestro mundo. Qué inalcanzables sentimientos de alegría y gratitud pueden ir asociados a ese proceso de comprensión, desde que se entra en la sala y se toma la tiza, hasta que se devuelve al cajón, habiendo derramado su inesperada sabiduría en un pedazo de pared. Qué agradable es plantearse el porqué de las cosas e intentar contener las respuestas con un embrujo matemático. Qué apasionante es la labor del científico, tanto del profesional como del aficionado. Qué emocionante es la física. Qué bonita es la cosmología. Qué alucinante es, en definitiva, la investigación.

El cosmólogo

Rompe el silencio un chasquido,
un rápido tintineo
y la sombra de un zumbido.

Una luz inmaculada
pinta la pared de blanco,
de gris las mesas y bancos,
pero elude la pizarra:
un rostro desafiante
de intimidante mirada;
una negrura impactante:
la más oscura ventana.

Cinco dedos decididos
acechan sobre una caja.
Negra piel, claro objetivo:
la presa una tiza blanca.

Sin oponer resistencia,
la tiza vuela en el aire;
aquí y allá taconea;
la mano dirige el baile.

Figuras de polvo blanco
se forman con esta danza.
Símbolos que van cuajando
sobre la negra pizarra.

Sin música, pero a tiempo,
la mano dirige y baila,
con un silente concierto,
a ritmo de tiza blanca.

El universo se expande
y muestra toda su historia,
plasmada con blanca sangre
desde el Big Bang hasta ahora.
Los fotones primordiales,
sus más oscuros secretos,
mil y una realidades
en matemático verso.

La luz blanca está zumbando
mientras transcurren las horas.
Estrellas de tiza flotan
en su ventana al espacio.

La luz blanca está zumbando
y la tiza taconea.
De pronto, se rompe el ritmo
y solo el zumbido suena.

Cinco dedos satisfechos
regresan sobre la caja.
Ya poblado el universo,
liberan la tiza blanca.

De las sombras el zumbido.
La oscuridad del espacio.
La nitidez de un destino
plasmado con polvo blanco.

Unos pasos. Una pausa.
El universo se expande…
Las ecuaciones se apagan.

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Pablo Fernández de Salas

 

Enlace a una versión ilustrada del poema por Ivania: https://ivaniela.com/cosmology.

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