Hace poco hemos pasado el equinoccio de otoño (en el hemisferio norte), una época de transición en la que el día y la noche duran exactamente lo mismo. El cambio entre estaciones no es un cambio brusco, aunque tampoco se trata de un proceso suave y delicado. Conforme el sol cede su protagonismo a la luna, los días fríos se hacen más frecuentes y la naturaleza se prepara para el invierno. En los países nórdicos, donde el sol sufre más el cansancio tras el largo verano, el otoño se llena de días cortos y de sombras largas. Al mismo tiempo, los árboles presentan su propio anochecer y cubren el suelo con sábanas doradas.
Equinoccio
El sol bosteza al oeste
destellos de atardecer.
El aire descansa calmo;
sus ojos densos, cansados;
su cuerpo tenso y cargado;
su mente de sombra y miel.
Sombras de cuerpos delgados,
de troncos estilizados,
de pasos agigantados;
sombras de cobriza piel.
El sol bosteza al oeste
sobre los campos y bosques;
su fulgor se va apagando,
su pasión busca la noche.
La luna espía en el cielo,
pálida, llena de envidia.
En su rostro se adivina
el fantasma del invierno.
Una hoja se desprende,
acunada en su silencio.
El sol bosteza al oeste,
de atardecer sus destellos.
Agotado, enrojecido,
el cielo olvida su abril.
Ya anochece, muere el día,
y un lucero alumbra el fin
entre oxidados colores
(bajo una manta de añil)
que los árboles imitan
disponiéndose a dormir.
Pablo Fernández de Salas
Precioso poema. Me ha encantado. Un saludo
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