El olfato puede hacernos viajar a través del tiempo, trasladando nuestra mente a vivencias pasadas que de otra forma permanecerían sumergidas en nuestros recuerdos. En mi caso, el aroma a canela de un bollo recién calentado, mezclado con el del café, me lleva de vuelta a los viajes en metro para ir a trabajar, cuando el desplazamiento diario era parte de la rutina.
Hoy, 4 de octubre, se celebra en Suecia el día nacional del bollo de canela, y su olor ha vuelto a llevarme a través de los meses hasta esas mañanas frescas del pasado febrero, poco antes de que cierto virus decidiera parar el mundo.
Aroma a bollitos de canela
Un olor me despierta en la mañana
cuando, dormido, penetro en su boca;
un guijarro más en tallada roca;
venas de hierro hasta la tramontana.
Un olor dulce que aviva mi gana
desde el momento en que mi nariz toca.
Pliegues de harina y azúcar no poca.
Aroma a pasión y emoción cercana.
Olor de una jornada matutina,
de vida tranquila y felicidad.
Olor a canela y sabores cuerdos.
Olor a trabajo, olor a rutina,
olor al vaivén de la realidad…
Olor que ahora vive de los recuerdos.
Pablo Fernández de Salas