Muchas son las palabras que nos quedan por decir cuando nos despedimos. Muchas las que querríamos incluir en un espacio de tiempo donde solo hay cabida para unas cuantas privilegiadas. Muchos los sentimientos que arrastramos con nosotros en el camino, para bien o para mal, y de los que solo alcanzamos a verter unas gotas al decir adiós. Unas gotas que escriben nuestra historia, condensando en breves instantes la transición hacia el futuro desde nuestro pasado. Un pasado cuyo recuerdo nos persigue, bendición y condena a partes iguales creando la esencia de esas gotas; lidiando en el alma de esas gotas; brillando en la superficie de esas gotas.
Despedida
Brilla la gota:
tinta al borde de plata
de las historias;
brilla y reluce,
mientras mi mano tiembla
junto a su lumbre;
brilla y tirita,
esperando sangrar
verso y poesía…
Brilla y se expande,
difundiendo sus sueños
en papel mate.
Árbol de otoño:
invisibles retoños
y hojas de fuego.
Árbol de invierno:
en su rama adherida
blanca ceniza.
La primavera:
su suspiro en el aire
llega y no llega.
En la calzada
pasean chubasqueros
sin sus paraguas.
Rumia un motor.
Retumba el aleteo
de negras alas.
Tiembla una vela.
La noche en mi mirada;
el cielo espera.
La pluma vuela,
prendiendo con su beso
llamas de letras;
letras que rugen
y en silencioso llanto
dolor consumen.
Baila el reloj,
implacables sus pasos,
desgarrador.
Al horizonte
la esperanza enrojece,
ni al sur ni al norte.
Amanecer.
Exhibe un herrerillo
su desnudez.
Brilla otra gota
sobre el despeñadero
de los recuerdos.
Gota de tiempo,
almacén de memorias
sobre tu cuerpo.
Gota de sal
que extingue las pavesas
con su humedad.
Pablo Fernández de Salas