Las infusiones, en especial el té, aparecen en muchos contextos sociales y cubren un amplio espectro de usos. Habitualmente sirven como nexo entre los individuos de un grupo, ofreciendo su calor para dar pie a todo tipo de conversaciones. Pero hay otra unión que también se fortalece gracias al té y que no suele mencionarse, una unión en la que las dos partes involucradas encuentran cierta dependencia con la infusión: la que se crea entre el bebedor y su taza. Tanto objeto como persona esperan sentir el abrazo del líquido calentando su cuerpo y ambos llegan a conocerse bastante bien. Alcanzan una especie de sintonía en la que comparten su humor gracias al tipo de té que pasa de un cuerpo a otro. Por este motivo, el presente poema va dirigido a esa taza que te acompaña en los buenos y malos momentos, esa taza que siempre está dispuesta a catar las infusiones y dejarlas reposar en su interior antes de ofrecértelas sin ningún reparo, esa taza que, en definitiva, tanto té ha dado para beber.
A tu taza de té
Negras son sus mañanas
y son verdes sus tardes;
rojas cuando te encantas;
cobalto si te place.
En su calor te pierdes,
la acunas con tus manos,
esperas que conecten
tus labios con sus labios.
Labios de porcelana.
Aliento de mil labios.
Labios de tonos plata.
Labios que son tus labios.
Es blanca su espuma ardiente
y su corazón de oro;
reflejos resplandecientes,
iridiscente tesoro.
Acudes con placer
a su calor latente
si te apetece té,
¡ay!, si té te apetece.
Negras son tus mañanas
cuando te falta ella,
cuerpo de porcelana
de argéntea vestimenta.
Si te apetece té,
siempre que te apetece.
Té que te quiero té,
té que quiero quererte.
Es nívea su espuma ardiente
y su corazón dorado.
Negro, rojo, azul o verde
en su mar encarcelado.
Acudes con tu sed
a su pasión latente.
Tú para beber té
y ella para beberte.
Té que te quiero té;
té negro, rojo o verde.
Hoy te apetece té,
labios que por té mueren.
Con tus manos la acunas
y se produce el beso:
beso de té de luna,
té verde, rojo o negro.
Ese té que te acompaña
cuando te llena su sangre;
ese té de su mirada
que té quiere y té reparte.
Pablo Fernández de Salas