Siempre he pensado que un poemario es como un álbum de fotos, una colección de instantáneas que nos enseñan imágenes pertenecientes al pasado, irrepetibles. Así como una boda es retratada en multitud álbumes, la escena que transmiten unos versos puede volver a darse, y una idea aparecer reescrita en otros poemas. Pero a todos nos gusta sacarnos una foto en ciertos lugares emblemáticos, o en ciertos momentos «para el recuerdo», porque, aunque podamos encontrar otras fotografías (posiblemente mejores) tomadas por otra gente, solo aquellas instantáneas que pertenecen a nuestra propia experiencia consiguen llevarnos hasta ese recuerdo que buscábamos capturar. De esta manera, cuando el bolígrafo se posa sobre el papel y vierte su tinta, está haciendo algo más que componer un poema: está dando forma a la fotografía de un momento único, de un recuerdo que pasa, durante ese mágico proceso, de la mente del poeta al blanco prometedor del papel.
Una fotografía en verso
El bolígrafo desgarra el papel
con cuchilla rodada, lentamente.
Azul brota la sangre del presente
y cicatriza sobre blanca piel.
En el futuro, desde un anaquel,
su marcado rostro, quieto, silente,
entre otros rostros guardado cruelmente,
será reliquia del pasado aquel.
Un futuro pasado que ahora nace
sangrando, único y especial;
tan indomable para quien lo cace
desde su nicho de madera y cal
como para la mano que hoy pace
hiriendo el papel, pues no hay otro igual.
Pablo Fernández de Salas
los versos son congelar un instante de lo inmaterial…besos al vacío desde el vacío
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